Roy L. Jacob
Estaba solo. Estaba abandonado,
feliz, cerca del corazón salvaje de la vida.
JAMES
JOYCE
I.
Introducción.
Conocemos bien
la culpa. A menudo su ceño grueso, sus ojos espejados, su cuerpo de
espantapájaros se ha sentado en nuestro sillón o en el diván. Oímos en sus
palabras el peso de una maldición silenciosa. Bajo cualquier forma: el neurótico
obsesivo y su infranqueable culpa por desear. El niño cabizbajo, la niña
llorosa. La temible culpa de un padre o una madre frente a alguna desventura de
su pequeño. El brumoso universo de la culpa melancólica.
Pero ¿Cuál es el
origen del sentimiento de culpa? ¿Habría una sola y misma culpa con diferentes
ropajes, o podríamos hablar de estadios de la culpa?
Este trabajo intenta ceñir los vínculos,
planteados por el psicoanálisis, entre deseo y culpa, circunscribiéndose a un
terreno específico: el del sujeto en el campo del Otro.
Tomaremos para esto dos modos en como Freud se
acerca a la temática, planteándolos como tesis, no en un sentido cronológico ni
a los fines de agotar la exposición, sino con el objeto de ensayar una
polaridad:
II.
Primera
tesis de la culpa.
La primera tesis
la situaremos en relación a un cierto umbral que el sujeto trasvasaría. Ese
umbral lo ubicamos a partir de lo que Freud plantea en “Dostoievsky y el parricidio”. Allí sostiene que el sentimiento de culpa es
causado por el complejo de Edipo, es decir, el deseo de matar al padre para
quedarse con la madre:
Según una conocida
concepción, el parricidio es el crimen principal y primordial de la humanidad como
del individuo. En todo caso, es la principal fuente del sentimiento de culpa;
no sabemos si la única, pues las indagaciones no han podido esclarecer con
certeza el origen anímico de la culpa y de la necesidad de expiación.” [1]
Al deseo de
matar al padre pronto se le contrapone un temor muy peculiar: el joven
héroe puede resultar castigado con la castración. Y es para conservar su
virilidad que resigna el deseo de poseer a la madre. Este deseo formará, en el
inconsciente, el sentimiento de culpa.
A ésta primera versión freudiana de la culpa
podemos esgrimirle un contra- argumento que, aunque temprano, servirá de
introducción a la segunda tesis freudiana sobre la culpa. Foucault en la
entrevista titulada “No al sexo rey”:
Se dice generalmente: la
vida de los niños es su sexualidad. Desde el biberón a la pubertad solo se
trata de eso. Tras el deseo de aprender a leer o la afición por los dibujos
animados está la sexualidad. Ahora bien ¿Es este discurso liberador? ¿no
contribuirá a encerrar a los niños en una insularidad sexual? ¿y si la libertad
de niño consiste en no estar sujeto a la ley, al principio, al lugar común, tan
aburrido a la postre, de la sexualidad? ¿No sería acaso la infancia la
posibilidad de establecer relaciones polimorfas con las cosas, las personas,
los cuerpos? Ese polimorfismo los adultos lo llaman, para tranquilidad propia,
“perversidad”, coloreándolo de ese modo con el camafeo monótono de su propio
sexo[2].
Habría que
reservar el término sexual, tal como lo usa Foucault aquí, para designar una
visión genitalizada de la sexualidad, coincidiendo su pensamiento de una
exterioridad de lo sexual en el niño, con un más allá de la ley del Edipo. Pues
para Foucault la puesta en evidencia de una sexualidad infantil y de una
sexualidad en general no constituye una grieta liberadora, sino los carriles de
los cuales se sirve el poder. Incluso siendo esto una crítica directa al
psicoanálisis.
III.
Segunda
Tesis de la Culpa
La segunda será
del “Malestar en La Cultura”. En el capítulo VII, Freud plantea que desde el
inicio de sus días el ser humano destila agresión, ahora bien ¿Qué le sucede
para que esa agresión deje de ser efectiva y pueda ser alojado en el seno de lo
social? Freud dice: es introyectada, reenviada al yo. Allí formará otra
estructura: el superyó. El superyó recibe alimentación directa de la pulsión de
muerte. Entonces se abalanza sobre el sujeto en forma de “Conciencia de Culpa”.
Es notable, la
palabra Conciencia deriva del latín “Conscientia” que significa estar consciente
de culpa (com: culpa; Sciere: saber).
Llamamos “conciencia de culpa” a la tensión entre el
superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido[3]
Ahora bien,
¿Cómo se lleva a cabo éste proceso de interiorización de la pulsión de muerte? Sentimos
culpa cuando discernimos haber obrado “mal”, pero el infante no nace con la
distinción genética entre el bien y el mal, tampoco es claro que el “bien”
coincida con el bienestar del yo. Concretamente el bien y el mal son percibidos
en la infancia como aquello que posibilita o no la permanencia del amor del
otro. La angustia frente a la autoridad es angustia de perder su amor en
primera instancia.
Se puede
percibir el cambio en la perspectiva: la sensación de culpa sobreviene no ya
frente al deseo Edípico, sino frente a la posibilidad de ser expulsado del seno
del Otro, de quedar sin hospedaje allí.
Tenemos entonces
dos panoramas: uno Edípico, el otro no. En ambos la culpa se liga a un cierto
grosor libidinal: el deseo.
Presentemos ésta
partición:
Allouch en su
libro “El sexo del amo” va a plantear dos tipos de paisajes, concretamente un
panorama inédito en la historia del psicoanálisis, un territorio que se había
difuminado tras la espesa neblina del paisaje castra-edípico. Según el autor la
apuesta profunda del psicoanálisis fue evidenciar que la sexualidad en el ser
hablante no es un dato natural, más luego se dedicó con énfasis a inventariar
los modos y formas que adquiriría la sexualidad (siendo las nomenclaturas
clínicas sus jaulas) mediante el complejo de Edipo y el complejo de castración.
… e incluso el rescate
lacaniano con una metáfora paterna que genera la significación del falo, el
psicoanálisis construyó sin darse cuenta como una (nueva) cortina de humo que
esconde otro paisaje.[4]
En el Antiguo
Occidente no fue la castración el problema central sobre el cual giró la
cuestión sexual. Antes bien la antinomia central concernía al “Katapugón”
(también kinaidos, y en latín “cinaedus”)
Pero ¿Qué es
este “katapugón”, al cual Allouch le da además un estatuto de “paisaje”?
La noción tiene
su complejidad. Partamos de una cita de Jhon J. Winkler:
En tanto que el guerrero hoplita representa el ideal de sí que
considera todo ciudadano correcto, el kinaidos,
citado solamente con indignación e ironía, es el irreal pero aterrador
contra-modelo detrás de la espalda de todo hombre.[5]
Ese contra
modelo no es la mujer, el horror por excelencia no es frente a la castración.
El Katapugón o kinaidos era el libertino infame, libertino contra natura
(etimológicamente: Kata: abajo, por debajo, al fondo, por detrás. Pugón: las
nalgas, el trasero).
Se trata de un
paisaje aterrador, temido, y por eso tratado con indignación o ironía
(Katapugón era tomado como un insulto, escrito en las paredes en grafittis).
Esto se ha
sostenido sin demasiadas modificaciones, no es para nada inusual encontrar hoy
en día graffitis donde, por ejemplo, al dibujo de un determinado cuadro de
fútbol su rival le agrega “puto”.
Pues de lo que
se trata en última instancia no es de la homosexualidad, sino de la sumisión. “Yo mando, tú eres mi
sometido”. El horror es porque se presentifique en el psiquismo la idea del
katapugón.
La sumisión
es asunto del esclavo hacia el amo. El “obsequium”, el respeto y sometimiento
que le debía el esclavo al amo, es ahí donde Allouch ubica la culpa:
No es un aporte menor
definir de allí la culpabilidad. La culpabilidad, es decir “la organización
psíquica del obsequium”. Bien podemos
concebir, con el paisaje castraedipico, la génesis del arrebato o de la
vergüenza (vergüenza de haber visto el sexo que me ha engendrado). Pero la
culpabilidad no puede ser situada sino en relación con un acto, e incluso
precisamente a un acto de sumisión. Especialmente: aquel que problematizaba la
prohibición del katapugón.[6]
Aquí Allouch y
Foucault se acercan. Pues al hablar de
aquello que habita en el niño, previo al implante de la sexualidad como dispositivo
de poder del adulto ¿No estaba hablando Foucault de algo similar al paisaje del
katapugón, justamente el contra-modelo “horroroso” “pavoroso” que hay que
pincelar bajo la forma del modelo (Edipico)?
Es coherente con lo planteado por Allouch: a
cierto psicoanálisis se le pasó desprevenido este otro paisaje, sujeto a leyes
diferenciadas, y en ese sentido no ha podido cuestionarse a sí mismo como
práctica de poder.
Pero antes que
nada, limando ampliamente las aristas, es también un planteo freudiano. La
culpa es primero un acto de sumisión hacia los padres, luego al superyó. El
obsequium, el respeto del esclavo hacia el amo, es el obsequium del ser hacia
el Otro.
El
psicoanálisis, empero, como praxis, no apunta solo a marcar ésta concesión que
realiza el sujeto al Otro. Apunta a que el sujeto se pueda aliviar de la culpa
por el obsequium deviniendo “autor”. Gilles Deleuze, en su curso sobre Spinoza,
refiere que el filósofo del Siglo XVII recibía el pesado equipaje de tener que
hablar de “Dios” (sabemos de las consecuencias de no cumplir con ese mandato).
Pero hablaban de Dios para hacerlo estallar, pulverizándolo, llevándolo a un
nivel pictórico y sonoro donde ya el mandato quedaba inaudito.
…con Dios puede hacerse
cualquier cosa, puede hacerse lo que no podría hacerse con los humanos, con las
criaturas. Dios está, pues, investido directamente por la pintura, por una
especie de flujo de pintura y, a ese nivel, la pintura va a encontrar una
especie de libertad por su cuenta, libertad que nunca habría encontrado de otra
forma (…) para la filosofía Dios y el tema de Dios ha sido la ocasión
irremplazable de liberar lo que es el objeto de la creación en filosofía -es
decir los conceptos- de las coacciones que se le habían impuesto.., la simple
representación de las cosas.[7]
Ésta transformación es la que efectúa el
autor. También el sujeto analizante, como autor, recibe la materia prima del
Otro, para poder hacer con eso otra cosa.
IV.
¿Y
sin el Otro?
Un día se acostó
más cansado que nunca. Luego de mucho decir acerca de todo lo que hace para
“conformarla”, después de decir que se siente un “inútil” por no poder cumplir
con lo que ella quiere, y de sentirse culpable cuando no lo hace, agrega: “a
veces tengo la sensación de que ella espera que yo sea otro”. Esa vez lo escuchó.
Pero entonces,
si reservamos el término “culpa” para designar el acto de sumisión del niño o
niña, el pacto silencioso que ubica al sujeto en el Campo del Otro, ¿No habría derecho a pensar otra culpa,
primera, anterior, abisal, que definiría por ejemplo la sensación de falta
permanente en la melancolía? Sería ésta una culpa ligada a los orígenes del
ser, a la pregunta central ¿qué soy? ¿quién soy? ¿porqué no daría lo mismo que
yo sea otro?, míticamente fuera del campo del Gran Otro, o mejor dicho, porque
ese Otro no puede dar cuenta de la totalidad del ser, y es por esto que el
sujeto se carga sobre su espalda la culpa por simplemente ser.
Acuden a mi
mente palabras que puedan nombrar ese estado donde el ser todavía ni siquiera
imagina que puede existir una tierra, un hospedaje, un espacio en algún lugar
que pueda contenerlo. No puede ser separación,
la separación es de algo. No puede ser destierro,
el destierro ya implica la tierra. ¿Acaso tal vez no exista dicha palabra?
Bibliografía.
- Allouch,
Jean. El sexo del amo. Buenos Aires, 2009. Editorial Cuenco del Plata.
- Deleuze,
Gilles. Curso sobre Spinoza. Clase
del 25/11/1980. Traducida por Ernesto Hernández. Versión digital.
- Foucault,
Michel. No al sexo rey. En “Discurso, poder y subjetividad”. Editorial el cielo
por asalto.
-
Freud,
Sigmund. Dostoievsky y el parricidio.
Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998. Amorrortu editores.
-
Freud,
Sigmund. El malestar en la cultura.
Pág.: 119. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998. Amorrortu editores.
[1]
Freud, Sigmund. Dostoievsky y el
parricidio. Pág.: 180, 181. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998.
Amorrortu editores.
[2]
Foucault, Michel. No al sexo rey. En
“Discurso, Poder y subjetividad” Pág.: 122. Editorial El cielo por asalto.
[3]
Freud, Sigmund. El malestar en la cultura.
Pág.: 119. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998. Amorrortu editores.
(la cursiva es nuestra)
[4] Allouch, Jean. El sexo del amo. Pág.: 38. Buenos Aires, 2009. Editorial El cuenco
de plata.
[5] Ibídem,
pág.:40.
[6]
Ibídem,
pág.:43.
[7] Deleuze, Gilles. Curso sobre Spinoza. Clase del 25/11/1980. Traducida por Ernesto
Hernández. Versión digital.
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