Por Roy L. Jacob

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martes, 22 de marzo de 2016

La culpa, libertina infame

                                                                                                 Roy L. Jacob


        Estaba solo. Estaba abandonado,
  feliz, cerca del corazón salvaje de la vida.
JAMES JOYCE

I.              Introducción.
   Conocemos bien la culpa. A menudo su ceño grueso, sus ojos espejados, su cuerpo de espantapájaros se ha sentado en nuestro sillón o en el diván. Oímos en sus palabras el peso de una maldición silenciosa. Bajo cualquier forma: el neurótico obsesivo y su infranqueable culpa por desear. El niño cabizbajo, la niña llorosa. La temible culpa de un padre o una madre frente a alguna desventura de su pequeño. El brumoso universo de la culpa melancólica.
   Pero ¿Cuál es el origen del sentimiento de culpa? ¿Habría una sola y misma culpa con diferentes ropajes, o podríamos hablar de estadios de la culpa?
   Este trabajo intenta ceñir los vínculos, planteados por el psicoanálisis, entre deseo y culpa, circunscribiéndose a un terreno específico: el del sujeto en el campo del Otro.
   Tomaremos para esto dos modos en como Freud se acerca a la temática, planteándolos como tesis, no en un sentido cronológico ni a los fines de agotar la exposición, sino con el objeto de ensayar una polaridad:

II.            Primera tesis de la culpa.
   La primera tesis la situaremos en relación a un cierto umbral que el sujeto trasvasaría. Ese umbral lo ubicamos a partir de lo que Freud plantea en  “Dostoievsky y el parricidio”.  Allí sostiene que el sentimiento de culpa es causado por el complejo de Edipo, es decir, el deseo de matar al padre para quedarse con la madre:

Según una conocida concepción, el parricidio es el crimen principal y primordial de la humanidad como del individuo. En todo caso, es la principal fuente del sentimiento de culpa; no sabemos si la única, pues las indagaciones no han podido esclarecer con certeza el origen anímico de la culpa y de la necesidad de expiación.” [1]

   Al deseo de matar al padre pronto se le contrapone un temor muy peculiar: el joven héroe  puede resultar castigado con la castración. Y es para conservar su virilidad que resigna el deseo de poseer a la madre. Este deseo formará, en el inconsciente, el sentimiento de culpa.
   A ésta primera versión freudiana de la culpa podemos esgrimirle un contra- argumento que, aunque temprano, servirá de introducción a la segunda tesis freudiana sobre la culpa. Foucault en la entrevista titulada “No al sexo rey”:

Se dice generalmente: la vida de los niños es su sexualidad. Desde el biberón a la pubertad solo se trata de eso. Tras el deseo de aprender a leer o la afición por los dibujos animados está la sexualidad. Ahora bien ¿Es este discurso liberador? ¿no contribuirá a encerrar a los niños en una insularidad sexual? ¿y si la libertad de niño consiste en no estar sujeto a la ley, al principio, al lugar común, tan aburrido a la postre, de la sexualidad? ¿No sería acaso la infancia la posibilidad de establecer relaciones polimorfas con las cosas, las personas, los cuerpos? Ese polimorfismo los adultos lo llaman, para tranquilidad propia, “perversidad”, coloreándolo de ese modo con el camafeo monótono de su propio sexo[2].

   Habría que reservar el término sexual, tal como lo usa Foucault aquí, para designar una visión genitalizada de la sexualidad, coincidiendo su pensamiento de una exterioridad de lo sexual en el niño, con un más allá de la ley del Edipo. Pues para Foucault la puesta en evidencia de una sexualidad infantil y de una sexualidad en general no constituye una grieta liberadora, sino los carriles de los cuales se sirve el poder. Incluso siendo esto una crítica directa al psicoanálisis. 
III.           Segunda Tesis de la Culpa
  La segunda será del “Malestar en La Cultura”. En el capítulo VII, Freud plantea que desde el inicio de sus días el ser humano destila agresión, ahora bien ¿Qué le sucede para que esa agresión deje de ser efectiva y pueda ser alojado en el seno de lo social? Freud dice: es introyectada, reenviada al yo. Allí formará otra estructura: el superyó. El superyó recibe alimentación directa de la pulsión de muerte. Entonces se abalanza sobre el sujeto en forma de “Conciencia de Culpa”.
   Es notable, la palabra Conciencia deriva del latín “Conscientia” que significa estar consciente de culpa (com: culpa; Sciere: saber).

Llamamos  “conciencia de culpa” a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido[3]

   Ahora bien, ¿Cómo se lleva a cabo éste proceso de interiorización de la pulsión de muerte? Sentimos culpa cuando discernimos haber obrado “mal”, pero el infante no nace con la distinción genética entre el bien y el mal, tampoco es claro que el “bien” coincida con el bienestar del yo. Concretamente el bien y el mal son percibidos en la infancia como aquello que posibilita o no la permanencia del amor del otro. La angustia frente a la autoridad es angustia de perder su amor en primera instancia.
   Se puede percibir el cambio en la perspectiva: la sensación de culpa sobreviene no ya frente al deseo Edípico, sino frente a la posibilidad de ser expulsado del seno del Otro, de quedar sin hospedaje allí.
   Tenemos entonces dos panoramas: uno Edípico, el otro no. En ambos la culpa se liga a un cierto grosor libidinal: el deseo.
   Presentemos ésta partición:
   Allouch en su libro “El sexo del amo” va a plantear dos tipos de paisajes, concretamente un panorama inédito en la historia del psicoanálisis, un territorio que se había difuminado tras la espesa neblina del paisaje castra-edípico. Según el autor la apuesta profunda del psicoanálisis fue evidenciar que la sexualidad en el ser hablante no es un dato natural, más luego se dedicó con énfasis a inventariar los modos y formas que adquiriría la sexualidad (siendo las nomenclaturas clínicas sus jaulas) mediante el complejo de Edipo y el complejo de castración.

… e incluso el rescate lacaniano con una metáfora paterna que genera la significación del falo, el psicoanálisis construyó sin darse cuenta como una (nueva) cortina de humo que esconde otro paisaje.[4]

   En el Antiguo Occidente no fue la castración el problema central sobre el cual giró la cuestión sexual. Antes bien la antinomia central concernía al “Katapugón” (también kinaidos, y en latín “cinaedus”)
   Pero ¿Qué es este “katapugón”, al cual Allouch le da además un estatuto de “paisaje”?
   La noción tiene su complejidad. Partamos de una cita de Jhon J. Winkler:

En tanto que el guerrero hoplita representa el ideal de sí que considera todo ciudadano correcto, el kinaidos, citado solamente con indignación e ironía, es el irreal pero aterrador contra-modelo detrás de la espalda de todo hombre.[5]

   Ese contra modelo no es la mujer, el horror por excelencia no es frente a la castración. El Katapugón o kinaidos era el libertino infame, libertino contra natura (etimológicamente: Kata: abajo, por debajo, al fondo, por detrás. Pugón: las nalgas, el trasero).
   Se trata de un paisaje aterrador, temido, y por eso tratado con indignación o ironía (Katapugón era tomado como un insulto, escrito en las paredes en grafittis).
   Esto se ha sostenido sin demasiadas modificaciones, no es para nada inusual encontrar hoy en día graffitis donde, por ejemplo, al dibujo de un determinado cuadro de fútbol su rival le agrega “puto”.
   Pues de lo que se trata en última instancia no es de la homosexualidad, sino de la sumisión. “Yo mando, tú eres mi sometido”. El horror es porque se presentifique en el psiquismo la idea del katapugón.
      La sumisión es asunto del esclavo hacia el amo. El “obsequium”, el respeto y sometimiento que le debía el esclavo al amo, es ahí donde Allouch ubica la culpa:

No es un aporte menor definir de allí la culpabilidad. La culpabilidad, es decir “la organización psíquica del obsequium”. Bien podemos concebir, con el paisaje castraedipico, la génesis del arrebato o de la vergüenza (vergüenza de haber visto el sexo que me ha engendrado). Pero la culpabilidad no puede ser situada sino en relación con un acto, e incluso precisamente a un acto de sumisión. Especialmente: aquel que problematizaba la prohibición del katapugón.[6]

   Aquí Allouch y Foucault se acercan.  Pues al hablar de aquello que habita en el niño, previo al implante de la sexualidad como dispositivo de poder del adulto ¿No estaba hablando Foucault de algo similar al paisaje del katapugón, justamente el contra-modelo “horroroso” “pavoroso” que hay que pincelar bajo la forma del modelo (Edipico)?
   Es coherente con lo planteado por Allouch: a cierto psicoanálisis se le pasó desprevenido este otro paisaje, sujeto a leyes diferenciadas, y en ese sentido no ha podido cuestionarse a sí mismo como práctica de poder.
   Pero antes que nada, limando ampliamente las aristas, es también un planteo freudiano. La culpa es primero un acto de sumisión hacia los padres, luego al superyó. El obsequium, el respeto del esclavo hacia el amo, es el obsequium del ser hacia el Otro.
   El psicoanálisis, empero, como praxis, no apunta solo a marcar ésta concesión que realiza el sujeto al Otro. Apunta a que el sujeto se pueda aliviar de la culpa por el obsequium deviniendo “autor”. Gilles Deleuze, en su curso sobre Spinoza, refiere que el filósofo del Siglo XVII recibía el pesado equipaje de tener que hablar de “Dios” (sabemos de las consecuencias de no cumplir con ese mandato). Pero hablaban de Dios para hacerlo estallar, pulverizándolo, llevándolo a un nivel pictórico y sonoro donde ya el mandato quedaba inaudito.

…con Dios puede hacerse cualquier cosa, puede hacerse lo que no podría hacerse con los humanos, con las criaturas. Dios está, pues, investido directamente por la pintura, por una especie de flujo de pintura y, a ese nivel, la pintura va a encontrar una especie de libertad por su cuenta, libertad que nunca habría encontrado de otra forma (…) para la filosofía Dios y el tema de Dios ha sido la ocasión irremplazable de liberar lo que es el objeto de la creación en filosofía -es decir los conceptos- de las coacciones que se le habían impuesto.., la simple representación de las cosas.[7]

    Ésta transformación es la que efectúa el autor. También el sujeto analizante, como autor, recibe la materia prima del Otro, para poder hacer con eso otra cosa.

   
IV.          ¿Y sin el Otro?
   Un día se acostó más cansado que nunca. Luego de mucho decir acerca de todo lo que hace para “conformarla”, después de decir que se siente un “inútil” por no poder cumplir con lo que ella quiere, y de sentirse culpable cuando no lo hace, agrega: “a veces tengo la sensación de que ella espera que yo sea otro”.  Esa vez lo escuchó.
   Pero entonces, si reservamos el término “culpa” para designar el acto de sumisión del niño o niña, el pacto silencioso que ubica al sujeto en el Campo del Otro,  ¿No habría derecho a pensar otra culpa, primera, anterior, abisal, que definiría por ejemplo la sensación de falta permanente en la melancolía? Sería ésta una culpa ligada a los orígenes del ser, a la pregunta central ¿qué soy? ¿quién soy? ¿porqué no daría lo mismo que yo sea otro?, míticamente fuera del campo del Gran Otro, o mejor dicho, porque ese Otro no puede dar cuenta de la totalidad del ser, y es por esto que el sujeto se carga sobre su espalda la culpa por simplemente ser.
   Acuden a mi mente palabras que puedan nombrar ese estado donde el ser todavía ni siquiera imagina que puede existir una tierra, un hospedaje, un espacio en algún lugar que pueda contenerlo. No puede ser separación, la separación es de algo. No puede ser destierro, el destierro ya implica la tierra. ¿Acaso tal vez no exista dicha palabra?







Bibliografía.
-       Allouch, Jean. El sexo del amo. Buenos Aires, 2009. Editorial Cuenco del Plata.
-       Deleuze, Gilles. Curso sobre Spinoza. Clase del 25/11/1980. Traducida por Ernesto Hernández. Versión digital.
-       Foucault, Michel. No al sexo rey. En “Discurso, poder y subjetividad”. Editorial el cielo por asalto.
-       Freud, Sigmund. Dostoievsky y el parricidio. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998. Amorrortu editores.

-       Freud, Sigmund. El malestar en la cultura. Pág.: 119. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998. Amorrortu editores.










[1] Freud, Sigmund. Dostoievsky y el parricidio. Pág.: 180, 181. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998. Amorrortu editores.

[2] Foucault, Michel. No al sexo rey. En “Discurso, Poder y subjetividad” Pág.: 122. Editorial El cielo por asalto.
[3] Freud, Sigmund. El malestar en la cultura. Pág.: 119. Obras Completas, Tomo XXI. Buenos Aires, 1998. Amorrortu editores. (la cursiva es nuestra)

[4] Allouch, Jean. El sexo del amo. Pág.: 38. Buenos Aires, 2009. Editorial El cuenco de plata.
[5] Ibídem, pág.:40.

[6] Ibídem, pág.:43.

[7] Deleuze, Gilles. Curso sobre Spinoza. Clase del 25/11/1980. Traducida por Ernesto Hernández. Versión digital.

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