Por Roy L. Jacob

rljacob@hotmail.com

martes, 22 de marzo de 2016

Una práctica de duelo


Roy L. Jacob
Introducción:
Entre los múltiples campos de saber (médico, psicoanalítico, filosófico, antropológico,etc) hay entrecruzamientos, préstamos, apropiaciones conceptuales, problemas e innovaciones comunes. Sin embargo es necesario pensar cuáles son los problemas que tendrán lugar en el seno de un determinado campo de saber y cuáles no.
Consideramos que revisar la noción de clínica dentro del campo freudiano es un problema que resulta no solo pertinente sino también fecundo en tanto que arrastra consigo una serie de interrogantes, a saber: la pertinencia de nominaciones tales como “patología”, “paciente”, “diagnóstico”, “tipos clínicos”, “estructuras clínicas”.
Estas denominaciones son actualmente objeto de fuertes interrogantes por parte de un grupo de psicoanalistas implicados en la revisión genealógica de las nociones heredadas. Entre ellos cabe destacarse los trabajos de Jean Allouch y Guy Le Gaufey, así como en general los trabajos de la Ecolelacanienne de psychanalyse.
Por otro lado diversas publicaciones actuales planteanla necesidad de barrer con la pasión clasificatoria de la psiquiatría, pero insisten en sostener para el psicoanálisis una diferencia diagnóstica que se pueda reducir al menos a un mínimo binario: neurosis y psicosis.
Según diversos autores ésta diferencia tajante responde no solo a manifestaciones fenoménica sino estructurales. Estas manifestaciones estructurales remiten a lo que permanece oculto detrás del signo fenoménico, y que el buen clínico debe saber diferenciar (Mordoh, 2007; Machado Romero, 2008)
Abordaremos las consecuencias que ha tenido para el campo freudiano el hecho de que se conserve en su médula ésta serie de nociones heredadas.

La noción de clínica.
El término “clínica”, tan extendido en el campo de la psicología y del psicoanálisis, provienede la medicina. La palabra tiene su origen en el griego kliní, que significa lecho o cama, a los márgenes del cual el médico contemplaba a su enfermo y lo asistía.
Hay una clínica que data desde la antigüedad: algunos seres humanos decidieron acercarse allí donde los enfermos convalecían a los fines de observar, hipotetizar y verificar, para luego aliviar el sufrimiento. En ese entonces los signos de la enfermedad eran tomados como prueba inexorable de la presencia de un mal,pérfido, confuso, silencioso.
Foucault (1963) afirma que a partir del siglo XVIII el término clínica comienza a tomar una consistencia diferente del que tenía en la antigüedad. El autor pone de relieve un nuevo orden en la mirada médica que  produce a la clínica moderna.  Se tratará de una mirada que destaca y diferencia los signos y síntomas, para arrancar a la enfermedad de su oscuridad. La mirada médica vuelve a la enfermedad penetrable. Al mismo tiempo que la enfermedad se ofrece a la mirada médica, ésta la constituye como tal.
Esta estructura perceptiva confecciona y establece semejanzas y diferencias dentro de determinados cuadros o entes abstractos denominados “enfermedades”.
Le Gaufey(2004) plantea que ésta estructura forma parte de una concepción “alfabética” de la enfermedad que establece un nexo entre la semiología médica y la semiótica general.
Esta concepción alfabética toma su modelo de un sistema más extenso que tiene lugar a partir del  siglo XVII: elde la clasificación botánica, que ordena a partir de ciertas formas constantes, de ciertos rasgos comunes a diferentes especímenes del reino vegetal, las heterogeneidades irreductibles que cada uno presenta y que puede percibir cualquier observador.
No se trata ya de describir al infinito las diferencias sino de encontrar la batería mínima cuyos términos se encontrarían en todas las manifestaciones visibles. A nivel clínico esto implica la separación de los elementos fundamentales que permiten luego construir las enfermedades.
El diagnóstico, del griego diagnostikós, es entonces la buena percepción de esos elementos fundamentales que le permite al clínico establecer una conclusión hipotética sobre la naturaleza de la enfermedad. El buen alumno debe aprender a diferenciar estos signos y síntomas que constituyen el alfabeto clínico. Debe ser lo suficientemente sagaz como para no confundirlos, lo suficientemente lúcido como para no dejarse embaucar.
Pero será necesario,para arribar a la noción de clínica tal como se la practica en la actualidad, dar un paso que supere el esencialismo de las enfermedades y su ubicación dentro de una nosografía determinada. Le Gaufey (2004) plantea que éste paso lo dará el médico francés François Broussais, explicando las enfermedades a partir de la irritación y la lesión de un órgano. Se establece así un pasaje del signo como un componente de un cuadro nosográfico, a la ubicacióndel signo dentro del espaciodel cuerpo, como efecto de la lesión de un tejido, y esto le permiten a Broussais despojarse de las enfermedades como entes metafísicos (Le Gaufey, 2004).
Tenemos desde entonces un espacio en el cuerpo, una lesión y esa lesión una causa. Cuerpo, lesión y causa forman la base de esta nueva clínica. Su modelo será entonces el “modelo lesional”.
Este modelo es necesario y vital para la medicina. Pero ¿Qué consecuencias tiene esta concepción de “clínica” para el campo analítico? ¿Es posible que pueda extrapolarse casi inmutable hacia otros campos del saber? ¿Es dable sostener, bajo la bandera de la polisemia de las palabras, nociones y términos que provienen de prácticas disímiles?
La psicología llamada clínica, en crecimiento paralelo con su hermana mayor, la psiquiatría, no ha dado hasta el momento muestras de recusar la “teoría lesional”. La suplantación del antiguo término de “neurosis” por el nuevo de “trastorno” no hace más que confirmar la supervivencia de este modelo en el interior de su campo de saber.
La psiquiatría psicofarmacológica lo prosigue sin miramientos bajo la antigua pretensión de  que su disciplina al fin se inscriba dentro de la ciencia: se trata de localizar con exactitud aquel determinado neurotransmisor que está en falta, en detrimento o afectado en su función. Intenta ajustarse al modelo lesional de la medicina anatomo patológica: la lesión se encuentra a nivel neurobiológico, a nivel de la transmisión neurosináptica. Mapas cerebrales, estudios genéticos, y medición de metabolitos intentan dar cuerpo a éstas hipótesis. La terapéutica de ésta clínica psiquiátrica consiste en restituir, reparar o favorecer el tejido lesionado.
Esta unificación de campos de saber absolutamente diferenciados no estaba en el pensamiento griego. Foucault (1982) retoma las indicaciones de Filón de Alejandría: los terapeutas (cuya práctica se denomina therapeutiké) se ocupan del alma, así como los médicos (cuya práctica se denomina iatriké) se ocupan del cuerpo. La terapéutica es una práctica ligada al cuidado de sí. Cuidado del ser y cuidado del alma.
Entonces ¿Sostener el término “clínica” no es sostener también la teoría lesional?¿Ha podido el psicoanálisis cuestionarla para el interior de su campo?

La intromisión de Freud
Si así fuera tiene que haber provenido de Freud, quiénfuera su inventor, la primera separación con el modelo anatomo-clínico. Allouch (1984) propone que Freud, enel terreno inaugural del psicoanálisis, es decir dentro lo que se ha denominado “histeria”, produce un corte respecto al modelo planteado por Charcot, modelo que nombra a la histeria como “enfermedad funcional”, ya que la lesión no es localizable en la autopsia.Freud abandona en primera medida éste modelo, dónde aún persistía la idea de una lesión oculta, que se revelaría con la ciencia futura. Pero también más tarde abandonará la teoría formulada junto a Joseph Breuer en “Estudios sobre la histeria” donde ubica al trauma sexual como causa. Es decir, no solo renuncia a buscar una lesión que dé cuenta de la patología sino que también renuncia a ubicar el trauma como causa (Allouch, 1993).
Le Gaufey (2004) plantea que Freud renuncia incluso a ubicar la lesión en el “tejido histórico” del paciente. Pero ¿habría renunciado Freud a la idea de un “origen”, a la idea de que un signo podría remitir, vía interpretación, a una verdad que pudiera ir al lugar de la causa? ¿Abandona finalmente Freud la idea de una clínica psicoanalítica?
Acerquémonos a pensar en términos analíticos aquello de lo que se trata en la clínica: se trata de una“política semiótica”, basada en la noción clásica de signo de Charles Sanders Pierce: un signo es lo que representa algo para alguien (Le Gaufey, 2004). Un signo puede ser una señal de tránsito, el dibujo de una dama o de un caballero sobre una puerta, una estela de humo sobre un bosque visto desde una montaña, la parálisis de una pierna.
Esta concepción se sostiene en tres elementos: el signo, lo que este representa, y ese alguien que en modo alguno Pierce lo hace coincidir con una persona sino que lo denomina “interpretante”. La mirada clínica es la que no se deja engañar por el signo, y reconoce en él a su referente. Este referente guarda una relación estrecha con la realidad, es decir, la realidad de la lesión.
También Freud ha buscado, lo vemos en muchos de sus textos, ese núcleo de realidad que dé cuenta de un referente oculto que solo se muestra en el signo. Lo ha buscado de un modo no exento de contradicciones. Así lo podemos ver cuando aborda la denominada “escena primaria” en su texto “Historia de una neurosis infantil” (Freud, 1914). Dedica todo su esfuerzo a que el análisis del material muestre la realidad efectiva de esa escena, pues eso demostraría, por oposición a las consideraciones de  Jung, la existencia efectiva de la neurosis infantil.
En relación a algunas peculiaridades de su analizante dirá:“Exhorté al paciente a ejercer la crítica más severa sobre sus recuerdos, pero no halló nada de improbable en sus enunciados y los reafirmó” (Freud, 1914,p. 13)
Freud intenta hacer coincidir un referente oculto con algún elemento fundamental de su teoría.
Sin embargo es también Freud quién va a proponer, un poco a medias, un poco intuitivamente, que el análisis debe renunciar a esa pretensión, permitiéndose dudar de la necesaria referencia a una realidad de esas escenas, esas fantasías, esos pensamientos, esos sueños.
¿Qué son entonces estos entes extraños a los que Freud por momentos les resta realidad, quitándoles precisamente el pesado blasón de la clínica del signo?
Lacan los llamará significantes. Y soltará un aforismo que desde entonces se ha vuelto una vedette: “el significante es lo que representa un sujeto para otro significante”. Es necesario aclarar que en este régimen descansa la práctica analítica, en el régimen significante, en tanto que este último no significa nada (Lacan, 1977).
Lacan (1957-58) explica de un modo claro la manera en que actúa el significante con el ejemplo de la formación de la palabra “aterrado”. En un principio “a- terrado” significaba abatido (en la tierra),  y solo por una suerte de entrecruzamiento con la palabra “terror” (pues comparten terr) es que adquiere el significado que actualmente le damos, es decir “presa del miedo”. Pero a su vez la palabra “aterrado” continúa conservando algo de su antiguo sentido: el que está aterrado está abatido, cerca de la tierra. Se comprende como la articulación significante se da por el lado de las homonimias, los desplazamientos, las condensaciones, es decir por lo más carente de sentido.
Que un significante coagule en sentido solo se explica por una suerte de oxidación. El significante no remite a ninguna realidad, no es ninguna realidad, solo remite a lo diverso.

Clinicar.
El dieciséis de noviembre de 1976 Jacques Lacan comenzará a dictar en París uno de sus últimos seminarios frente a una multitud bulliciosa y heterogénea compuesta de discípulos y seguidores,  interesados en la moda y el saber actual, mendigos en búsqueda de amparo e incluso personas con miras a algún encuentro amoroso. Lo titulará “L´insu que sait de l´une-bévues´aile á mourre”.
Dictará tres clases de ese seminario en noviembre y diciembre de 1976, y el cinco de enero de 1977 dará una charla en Vincennes con el nombre de “Apertura de la sección clínica”. Será la última vez que se refiera de modo directo a la clínica.
Una diferencia de intensidad separa estos dos acontecimientos: al seminario lo anima un clima de bullicio y distención: hay mucha gente, el micrófono no funciona bien, la muchedumbre no entiende demasiado que hace Lacan cuando dibuja sus figuras topológicas, protesta. En ese clima, inaudito y casi inaudible, Lacan sentará las bases para pensar el nuevo lugar que la práctica analítica tendrá. La charla de Vincennes es apretada, rigurosa y divertida. Es un mapa de lo que va desarrollando en el seminario y de lo que desarrollará, pero un mapa apretado.
Allí Lacan conserva el término “clínica psicoanalítica” pero ¿qué nos dice de ella? Que tiene una base, “Es lo que se dice en un psicoanálisis”(Lacan, 1977, p. 77). Conciso, desafiante. No es ni lo que el analista dice ni lo que el analizante dice. Ni lo que dice el neurótico, ni lo que dice el loco.  Es lo que se dice.
Lacan (1977) dirá que es necesarioclinicar. Clinicar no es hacer clínica psicoanalítica.Habrá que acostarse, puesto que la clínica está ligada a la cama, al “dire –vent” que en francés suena similar a “diván” pero también a “decir-viento”. Se trata de las palabras que se vuelan, que no tienen un amarre inequívoco en la realidad, palabras aladas. No da igual que alguien esté acostado, sentado o de pie. Los seres parlantes hacemos muchas cosas acostados, en particular el amor.  Sin el amor esas palabras-viento se volarían hasta desaparecer (Lacan, 1977). El amor era para Freud el fundamento del análisis. La palabra no vale nada sin el eros, es humana en tanto erógena, lo que da supremacía a la transferencia por sobre la interpretación, y al amor por sobre el sentido. El amor, dirá Lacan, arrastra al hombre a todo tipo de declaraciones. La posición acostada le da al hombre la ilusión de que eso que se habla allí puede transformarse en un decir, o sea que tenga importancia decisiva en lo real. La práctica del análisis consiste en discernir estas cosas que importan y que tendrán lugar a partir de que se tome “conciencia” de ellas. Pero no se trata de la conciencia freudiana, la inconsciencia en la que el hombre permanece respecto a esas cosas que importan no tiene nada que ver con el inconsciente de Freud. Lacan ya ha traducido para el seminario que se encuentra dictando el “Unbewusste” (inconsciente) de Freud como “Une-bévue” en francés, es decir “un desliz” o “una equivocación”. Es una traducción como cualquier otra, pero que comporta algo más. Lacan lo manifiesta el dieciséis de noviembre de 1976 y lo reitera el cinco de enero del siguiente año: con ese “une-bévue” va a introducir algo que va más lejos que el inconsciente (Lacan, 1976-77). De hecho el seminario puede traducirse así “El fracaso del “une – bévue” es el amor”.
La “une-bevué” (la equivocación) pertenece al régimen significante, surge cuando alguien equivoca el significante, por oposición a la “política semiótica” de la clínica.
¿Qué es entonces el inconsciente? El inconsciente es el lugar desde el cual se portan los significantes que nos gobiernan. Es decir, aquellas palabras que cada uno ha escuchado, esas primeras palabras, esas palabras que no están hechas a la medida de la realidad pero configuran un inconsciente. Y de eso se trata pues el sujeto depende enteramente de la existencia de este Otro, hasta que pueda cuestionarla, es decir sentir su inexistencia en carne propia.

Intercambios.
En las preguntas y respuestas que cierran la charla de Vincennes del cinco de enero 1977, Jaques-Alain Miller tendrá una intervención importante en tanto que intenta reintroducir dentro del campo analítico el esquema clásico de la clínica médica. Lo plantea con una serie de preguntas:
¿La clínica de la neurosis y la clínica de la psicosis necesitan las mismas categorías, los mismos signos? ¿Una clínica de la psicosis puede, según usted, comenzar por una proposición como: “el significante representa el sujeto para otro significante”, con lo que resulta del objeto a? ¿S, a, S1, S2, esos términos son apropiados para la clínica del psicótico? (Lacan, 1977, p. 10)
La primera pregunta da por supuesta la existencia de dos clínicas basadas en un montaje nosográfico mínimo, binario. Lo da por sentado: hay dos al menos, neurosis y psicosis. Miller se pregunta ¿Qué pretende decir Lacan? ¿Qué los mismos términos valen tanto para una como para otra? ¿Qué no hay dos? sin este binarismo mínimo ¿qué hay? ¿Un monismo?
En su última pregunta Miller está nombrando las letras de los llamados “cuatro discursos”, esas formalizaciones que Lacan plantea en su seminario “El reverso del psicoanálisis” (Lacan, 1969-1970). Miller capta el mensaje que Lacan transmite: ya no se trata de una clínica de las estructuras sino del psicoanálisis como “práctica de discurso”.
Lacan le responde que sí: “En la paranoia, el significante representa un sujeto para otro significante” (p. 10).
La respuesta de Lacan barre el binarismo.
Miller sin quedarse satisfecho vuelve a preguntar “¿Y usted puede situar allí “fading”, objeto a…?”(p. 10). Lacan responde que si, a lo que Miller dice que eso debería ser demostrado y Lacan dice que en efecto tiene que ser mostrado, pero que no lo hará esa noche.
Para Lacan de lo que se tratará en el análisis como práctica es de situar las letras y los lugares de los “cuatro discursos”. Estos se ordenan por cuatro lugares: El agente, el otro, la verdad y la producción; y cuatro letras: S1 el significante amo, S2 el saber, a el plus de gozar y el S, sujeto dividido (Lacan, 1969-1970).
Volverá Lacan el once de enero de 1977, en su seminario, a traer lo formulado en el coloquio de Vincennes. Va a decir que en suma en esa charla hizo referencia al saber, al saber inconsciente en tanto se trata de efectos de significantes. El ser humano tiene que vérselas con ese saber y sale mal parado siempre. El discurso del amo es por ende un discurso imposible,el discurso de la mentira, del engaño, de la ignorancia respecto a las cosas que importan.¿Sabrán los analistas que hay otras posibilidades discursivas?

Conclusión
Se puede afirmar de modo fehaciente que hay una clínica psicoanalítica. Esta se sostiene, al igual que la clínica médica, en la teoría de la lesión. Se hermanacon los meollos en los cuales se encierra la psicología médica.
Allouch (2014) plantea:
La determinación del registro en que se inscribe alguien que habla no puede ser establecida sino sólo desde el punto de vista de su discurso. Ese rasgo distingue el análisis de todos los enfoques psicologizantes. Al expresar su rechazo a la psicología, Heidegger, Canguilhem, Foucault, Lacan y muchos otros volvieron a abrir la puerta que estuvo cerrada desde el momento en que la medicina psicológica pudo imponer ampliamente su tentativa “científica” de dominación sobre la locura (…) en su decir y en sus actos un sujeto atestigua la incidencia en él de una alteridad cuyo registro nada afirma que sea médico- psicológico (p. 43)

Considerar que la determinación del registro a partir del cual alguien habla solo puede darse a partir de los elementos inmanentes a su discurso, pareciera generar en algunos analistas una suerte de pánico. Temen que el psicoanálisis así planteado pierda direccionalidad.
Fendrick (2005) responde:

De allí la tendencia a suponer que la estructura no tendría falla en lugar de suponer que es necesariamente fallida (…) se olvida que la Ley opera en la estructura pulsional como una suplencia, ni tan ordenada, ni tan ordenadora, frente a la falta de significante para nombrar las diferencias sexuales. Olvidarlo, obviarlo, desconocerlo, o minimizarlo, impide reconocer la multiplicidad de las diferentes respuestas humanas y conduce a considerarlas “desvíos” en la que inevitablemente incide o ha incidido el análisis del analista. (p. 29)

¿Qué lugar darle entonces a un análisis que no pase por la lógica médica? Quizás el análisis ya no necesite el padrinazgo de una psiquiatría clásica. Hubo un tiempo en que los postulados del DSM y los del psicoanálisis no se alejaban tanto, al menos en sus nomenclaturas. Hubo un tiempo en que un Tratado de Psiquiatría podía intentar juntarlos, mezclarlos. Pero tal vez hoy esa lejanía se acentúa a un punto tan agudo que permite hacer de esa distancia un corte. Lacan veía venir, no sin un dejo de temor y de horror, ese efecto de su propia enseñanza. Testimonio de éste efecto es que los analistas que actualmente comandan su legado provienen en menor grado de la psiquiatríay de la psicología y con mayor frecuencia de la filosofía y las letras. Es entonces que filosofía, ética y terapéutica toman una nueva tonalidad en el interior del campo freudiano y son pensadas con una rigurosidad floreciente.
Esta rigurosidad nos conduce a tomar distanciade la noción de “clínica” luego de haberla examinado. Pues finalmente de lo que se trata es de saber, no de qué estamos enfermos, sino cómo lidiar con el sufrimiento que implica nuestro lugar de hablantes, y que Lacan escribió como goce del Otro.
La modificación de los modos mediante los cuales se sufre y se goza pasan, en el análisis, por el reconocimiento de la inexistencia del Otro. Las condiciones a partir de las cuales alguien accederá a registrar en carne propia la inexistencia del Otro, ese más allá del inconsciente al que antes hacíamos alusión, solo puede ser determinado a partir de lo que “se diga” (palabra más eros). No puede ser codificado a partir de términos extranjeros al territorio de la palabra y del goce.
Pues entonces, si de lo que se trata es del reconocimiento de la inexistencia del Otro, ésta “talking cure” (tal fue el nombre que le diera Ana O., acaso el más acertado hasta ahora) es en definitiva un duelo, y no en el sentido freudiano del término, sino en sentido lacaniano: hay que sentir en la piel que el Otro está muerto, bien muerto, y entonces el duelo implicará también ceder algo, que algo se vaya con ese enorme ataúd.
   Según la versión extendida del duelo para Allouch, harto simplificada aquí, es necesario que el doliente, para realizar efectivamente el duelo, pueda dejar que se pierda con el muerto, un trozo de sí mismo. La muerte física de un cuerpo  no señala su muerte, solo su desaparición. La muerte segunda solo sobreviene cuando se han borrado todos los restos que le subsistieron, cuando en la tumba se borre el nombre, se cubra de polvo, se desgrane. Hipótesis de la segunda muerte que recorrerá algunos libros de Allouch, y que parte de la idea lacaniana del entre-dos-muertes; entre la primera y la segunda muerte lo que queda es un fantasma (un espectro).

El psicoanálisis es una práctica para el duelo, pero es también una práctica que está de duelo, y como bien sabemos, hasta que no se pierda algo no estará libre de presencias.


Referencias.
1.    Allouch, J. (2014). Schreber teólogo. La injerencia divina II. Buenos aires. El cuenco de plata.
2.      Allouch, J. (1993). Letra por letra. Traducir, transcribir, transliterar. Buenos aires: Edelp S.A.
3.    Fendrick (2005). Psicoanalistas de niños. La verdadera historia. Buenos Aires: Letra Viva.

4.    Foucault, M. (1963). El nacimiento de la clínica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
5.       Foucault, M. (1982). La hermenéutica del sujeto. La plata Argentina: Altamira.
6.    Freud, S. (1914). De la historia de una neurosis infantil. En S. Freud, Obras completas. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 2004.
7.     Lacan, J. (1977). Apertura de la sección clínica. Recuperado el 2 de junio de 2015, de http://www.con-versiones.com.ar/nota0608.htm.
8.   Lacan, J. (1976-1977). El fracaso del Un-desliz es el amor. Buenos Aires: Artefactos.
9.     Lacan, J. (1969 -1970).Seminario XVII: El reverso del psicoanálisis. Buenos aires: Paidós.
10.        Lacan, J. (1957-1958). Seminario V: Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós.
11.       Le Gaufey, G. (2004). “¿Es el analista un clínico?” en Revista Opacidades N° 3. Buenos Aires: Cernedor.
12.   Machado Romero, S. (2008). “Pre-juicios a la hora de pensar la nueva psicopatología psiquiátrica” en Revista de la Asociación española de neuropsiquiatría v.28 n.2. Madrid.
13.      Mordoh, E. y otros.(2007). “Algunas precisiones sobre el proceso diagnóstico en psicoanálisis” enAnuario de investigaciones. v.14. Buenos Aires: Uba.



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