Roy L. Jacob
Introducción:
Entre los múltiples campos de saber (médico,
psicoanalítico, filosófico, antropológico,etc) hay entrecruzamientos,
préstamos, apropiaciones conceptuales, problemas e innovaciones comunes. Sin
embargo es necesario pensar cuáles son los problemas que tendrán lugar en el
seno de un determinado campo de saber y cuáles no.
Consideramos que revisar la noción de clínica
dentro del campo freudiano es un problema que resulta no solo pertinente sino
también fecundo en tanto que arrastra consigo una serie de interrogantes, a
saber: la pertinencia de nominaciones tales como “patología”, “paciente”,
“diagnóstico”, “tipos clínicos”, “estructuras clínicas”.
Estas denominaciones son actualmente objeto
de fuertes interrogantes por parte de un grupo de psicoanalistas implicados en
la revisión genealógica de las nociones heredadas. Entre ellos cabe destacarse
los trabajos de Jean Allouch y Guy Le Gaufey, así como en general los trabajos
de la Ecolelacanienne de psychanalyse.
Por
otro lado diversas publicaciones actuales planteanla necesidad de barrer con la
pasión clasificatoria de la psiquiatría, pero insisten en sostener para el
psicoanálisis una diferencia diagnóstica que se pueda reducir al menos a un
mínimo binario: neurosis y psicosis.
Según
diversos autores ésta diferencia tajante responde no solo a manifestaciones
fenoménica sino estructurales. Estas manifestaciones estructurales remiten a lo
que permanece oculto detrás del signo fenoménico, y que el buen clínico debe
saber diferenciar (Mordoh, 2007; Machado Romero, 2008)
Abordaremos las consecuencias que ha tenido para el campo freudiano el
hecho de que se conserve en su médula ésta serie de nociones heredadas.
La
noción de clínica.
El
término “clínica”, tan extendido en el campo de la psicología y del
psicoanálisis, provienede la medicina. La palabra tiene su origen en el griego kliní, que significa lecho o cama, a los
márgenes del cual el médico contemplaba a su enfermo y lo asistía.
Hay
una clínica que data desde la antigüedad: algunos seres humanos decidieron
acercarse allí donde los enfermos convalecían a los fines de observar,
hipotetizar y verificar, para luego aliviar el sufrimiento. En ese entonces los
signos de la enfermedad eran tomados como prueba inexorable de la presencia de
un mal,pérfido, confuso, silencioso.
Foucault
(1963) afirma que a partir del siglo XVIII el término clínica comienza a tomar
una consistencia diferente del que tenía en la antigüedad. El autor pone de
relieve un nuevo orden en la mirada médica que
produce a la clínica moderna. Se
tratará de una mirada que destaca y diferencia los signos y síntomas, para
arrancar a la enfermedad de su oscuridad. La mirada médica vuelve a la enfermedad
penetrable. Al mismo tiempo que la enfermedad se ofrece a la mirada médica,
ésta la constituye como tal.
Esta
estructura perceptiva confecciona y establece semejanzas y diferencias dentro
de determinados cuadros o entes abstractos denominados “enfermedades”.
Le
Gaufey(2004) plantea que ésta estructura forma parte de una concepción “alfabética”
de la enfermedad que establece un nexo entre la semiología médica y la
semiótica general.
Esta
concepción alfabética toma su modelo de un sistema más extenso que tiene lugar
a partir del siglo XVII: elde la
clasificación botánica, que ordena a partir de ciertas formas constantes, de
ciertos rasgos comunes a diferentes especímenes del reino vegetal, las
heterogeneidades irreductibles que cada uno presenta y que puede percibir
cualquier observador.
No
se trata ya de describir al infinito las diferencias sino de encontrar la
batería mínima cuyos términos se encontrarían en todas las manifestaciones
visibles. A nivel clínico esto implica la separación de los elementos
fundamentales que permiten luego construir las enfermedades.
El
diagnóstico, del griego diagnostikós,
es entonces la buena percepción de esos elementos fundamentales que le permite
al clínico establecer una conclusión hipotética sobre la naturaleza de la
enfermedad. El buen alumno debe aprender a diferenciar estos signos y síntomas
que constituyen el alfabeto clínico. Debe ser lo suficientemente sagaz como
para no confundirlos, lo suficientemente lúcido como para no dejarse embaucar.
Pero
será necesario,para arribar a la noción de clínica tal como se la practica en
la actualidad, dar un paso que supere el esencialismo de las enfermedades y su
ubicación dentro de una nosografía determinada. Le Gaufey (2004) plantea que
éste paso lo dará el médico francés François Broussais, explicando las
enfermedades a partir de la irritación y la lesión de un órgano. Se establece
así un pasaje del signo como un componente de un cuadro nosográfico, a la
ubicacióndel signo dentro del espaciodel cuerpo, como efecto de la lesión de un
tejido, y esto le permiten a Broussais despojarse de las enfermedades como
entes metafísicos (Le Gaufey, 2004).
Tenemos
desde entonces un espacio en el cuerpo, una lesión y esa lesión una causa.
Cuerpo, lesión y causa forman la base de esta nueva clínica. Su modelo será
entonces el “modelo lesional”.
Este
modelo es necesario y vital para la medicina. Pero ¿Qué consecuencias tiene
esta concepción de “clínica” para el campo analítico? ¿Es posible que pueda extrapolarse
casi inmutable hacia otros campos del saber? ¿Es dable sostener, bajo la
bandera de la polisemia de las palabras, nociones y términos que provienen de prácticas
disímiles?
La
psicología llamada clínica, en crecimiento paralelo con su hermana mayor, la
psiquiatría, no ha dado hasta el momento muestras de recusar la “teoría
lesional”. La suplantación del antiguo término de “neurosis” por el nuevo de “trastorno”
no hace más que confirmar la supervivencia de este modelo en el interior de su
campo de saber.
La
psiquiatría psicofarmacológica lo prosigue sin miramientos bajo la antigua
pretensión de que su disciplina al fin
se inscriba dentro de la ciencia: se trata de localizar con exactitud aquel
determinado neurotransmisor que está en falta, en detrimento o afectado en su
función. Intenta ajustarse al modelo lesional de la medicina anatomo patológica:
la lesión se encuentra a nivel neurobiológico, a nivel de la transmisión neurosináptica.
Mapas cerebrales, estudios genéticos, y medición de metabolitos intentan dar
cuerpo a éstas hipótesis. La terapéutica de ésta clínica psiquiátrica consiste
en restituir, reparar o favorecer el tejido lesionado.
Esta unificación de campos de saber absolutamente diferenciados no
estaba en el pensamiento griego. Foucault (1982) retoma las indicaciones de
Filón de Alejandría: los terapeutas (cuya práctica se denomina therapeutiké) se ocupan del alma, así
como los médicos (cuya práctica se denomina iatriké)
se ocupan del cuerpo. La terapéutica es una práctica ligada al cuidado de sí.
Cuidado del ser y cuidado del alma.
Entonces
¿Sostener el término “clínica” no es sostener también la teoría lesional?¿Ha
podido el psicoanálisis cuestionarla para el interior de su campo?
La
intromisión de Freud
Si
así fuera tiene que haber provenido de Freud, quiénfuera su inventor, la
primera separación con el modelo anatomo-clínico. Allouch (1984) propone que
Freud, enel terreno inaugural del psicoanálisis, es decir dentro lo que se ha
denominado “histeria”, produce un corte respecto al modelo planteado por
Charcot, modelo que nombra a la histeria como “enfermedad funcional”, ya que la
lesión no es localizable en la autopsia.Freud abandona en primera medida éste
modelo, dónde aún persistía la idea de una lesión oculta, que se revelaría con
la ciencia futura. Pero también más tarde abandonará la teoría formulada junto
a Joseph Breuer en “Estudios sobre la histeria” donde ubica al trauma sexual
como causa. Es decir, no solo
renuncia a buscar una lesión que dé cuenta de la patología sino que también
renuncia a ubicar el trauma como causa (Allouch, 1993).
Le
Gaufey (2004) plantea que Freud renuncia incluso a ubicar la lesión en el
“tejido histórico” del paciente. Pero ¿habría renunciado Freud a la idea de un
“origen”, a la idea de que un signo podría remitir, vía interpretación, a una
verdad que pudiera ir al lugar de la causa? ¿Abandona finalmente Freud la idea
de una clínica psicoanalítica?
Acerquémonos
a pensar en términos analíticos aquello de lo que se trata en la clínica: se
trata de una“política semiótica”, basada en la noción clásica de signo de
Charles Sanders Pierce: un signo es lo que representa algo para alguien (Le
Gaufey, 2004). Un signo puede ser una señal de tránsito, el dibujo de una dama
o de un caballero sobre una puerta, una estela de humo sobre un bosque visto
desde una montaña, la parálisis de una pierna.
Esta
concepción se sostiene en tres elementos: el signo, lo que este representa, y
ese alguien que en modo alguno Pierce lo hace coincidir con una persona sino
que lo denomina “interpretante”. La mirada clínica es la que no se deja engañar
por el signo, y reconoce en él a su referente. Este referente guarda una
relación estrecha con la realidad, es decir, la realidad de la lesión.
También
Freud ha buscado, lo vemos en muchos de sus textos, ese núcleo de realidad que dé
cuenta de un referente oculto que solo se muestra en el signo. Lo ha buscado de
un modo no exento de contradicciones. Así lo podemos ver cuando aborda la
denominada “escena primaria” en su texto “Historia de una neurosis infantil”
(Freud, 1914). Dedica todo su esfuerzo a que el análisis del material muestre
la realidad efectiva de esa escena, pues eso demostraría, por oposición a las
consideraciones de Jung, la existencia
efectiva de la neurosis infantil.
En
relación a algunas peculiaridades de su analizante dirá:“Exhorté al paciente a
ejercer la crítica más severa sobre sus recuerdos, pero no halló nada de
improbable en sus enunciados y los reafirmó” (Freud, 1914,p. 13)
Freud
intenta hacer coincidir un referente oculto con algún elemento fundamental de
su teoría.
Sin
embargo es también Freud quién va a proponer, un poco a medias, un poco
intuitivamente, que el análisis debe renunciar a esa pretensión, permitiéndose
dudar de la necesaria referencia a una realidad de esas escenas, esas
fantasías, esos pensamientos, esos sueños.
¿Qué
son entonces estos entes extraños a los que Freud por momentos les resta
realidad, quitándoles precisamente el pesado blasón de la clínica del signo?
Lacan
los llamará significantes. Y soltará
un aforismo que desde entonces se ha vuelto una vedette: “el significante es lo
que representa un sujeto para otro significante”. Es necesario aclarar que en
este régimen descansa la práctica analítica, en el régimen significante, en
tanto que este último no significa nada (Lacan, 1977).
Lacan
(1957-58) explica de un modo claro la manera en que actúa el significante con
el ejemplo de la formación de la palabra “aterrado”. En un principio “a-
terrado” significaba abatido (en la tierra),
y solo por una suerte de entrecruzamiento con la palabra “terror” (pues
comparten terr) es que adquiere el
significado que actualmente le damos, es decir “presa del miedo”. Pero a su vez
la palabra “aterrado” continúa conservando algo de su antiguo sentido: el que
está aterrado está abatido, cerca de la tierra. Se comprende como la
articulación significante se da por el lado de las homonimias, los
desplazamientos, las condensaciones, es decir por lo más carente de sentido.
Que
un significante coagule en sentido solo se explica por una suerte de oxidación.
El significante no remite a ninguna realidad, no es ninguna realidad, solo
remite a lo diverso.
Clinicar.
El
dieciséis de noviembre de 1976 Jacques Lacan comenzará a dictar en París uno de
sus últimos seminarios frente a una multitud bulliciosa y heterogénea compuesta
de discípulos y seguidores, interesados
en la moda y el saber actual, mendigos en búsqueda de amparo e incluso personas
con miras a algún encuentro amoroso. Lo titulará “L´insu que sait de
l´une-bévues´aile á mourre”.
Dictará
tres clases de ese seminario en noviembre y diciembre de 1976, y el cinco de
enero de 1977 dará una charla en Vincennes con el nombre de “Apertura de la
sección clínica”. Será la última vez que se refiera de modo directo a la
clínica.
Una
diferencia de intensidad separa estos dos acontecimientos: al seminario lo
anima un clima de bullicio y distención: hay mucha gente, el micrófono no
funciona bien, la muchedumbre no entiende demasiado que hace Lacan cuando
dibuja sus figuras topológicas, protesta. En ese clima, inaudito y casi
inaudible, Lacan sentará las bases para pensar el nuevo lugar que la práctica
analítica tendrá. La charla de Vincennes es apretada, rigurosa y divertida. Es
un mapa de lo que va desarrollando en el seminario y de lo que desarrollará,
pero un mapa apretado.
Allí
Lacan conserva el término “clínica psicoanalítica” pero ¿qué nos dice de ella?
Que tiene una base, “Es lo que se dice en un psicoanálisis”(Lacan, 1977, p. 77).
Conciso, desafiante. No es ni lo que el analista dice ni lo que el analizante
dice. Ni lo que dice el neurótico, ni lo que dice el loco. Es lo que se dice.
Lacan
(1977) dirá que es necesarioclinicar.
Clinicar no es hacer clínica psicoanalítica.Habrá que acostarse, puesto que la
clínica está ligada a la cama, al “dire –vent” que en francés suena similar a
“diván” pero también a “decir-viento”. Se trata de las palabras que se vuelan,
que no tienen un amarre inequívoco en la realidad, palabras aladas. No da igual
que alguien esté acostado, sentado o de pie. Los seres parlantes hacemos muchas
cosas acostados, en particular el amor.
Sin el amor esas palabras-viento se volarían hasta desaparecer (Lacan,
1977). El amor era para Freud el fundamento del análisis. La palabra no vale
nada sin el eros, es humana en tanto erógena, lo que da supremacía a la
transferencia por sobre la interpretación, y al amor por sobre el sentido. El
amor, dirá Lacan, arrastra al hombre a todo tipo de declaraciones. La posición
acostada le da al hombre la ilusión de que eso que se habla allí puede
transformarse en un decir, o sea que tenga importancia decisiva en lo real. La
práctica del análisis consiste en discernir estas cosas que importan y que
tendrán lugar a partir de que se tome “conciencia” de ellas. Pero no se trata
de la conciencia freudiana, la inconsciencia en la que el hombre permanece
respecto a esas cosas que importan no
tiene nada que ver con el inconsciente de Freud. Lacan ya ha traducido para el
seminario que se encuentra dictando el “Unbewusste” (inconsciente) de Freud
como “Une-bévue” en francés, es decir “un desliz” o “una equivocación”. Es una
traducción como cualquier otra, pero que comporta algo más. Lacan lo manifiesta
el dieciséis de noviembre de 1976 y lo reitera el cinco de enero del siguiente
año: con ese “une-bévue” va a introducir algo que va más lejos que el
inconsciente (Lacan, 1976-77). De hecho el seminario puede traducirse así “El
fracaso del “une – bévue” es el amor”.
La
“une-bevué” (la equivocación) pertenece al régimen significante, surge cuando
alguien equivoca el significante, por oposición a la “política semiótica” de la
clínica.
¿Qué
es entonces el inconsciente? El inconsciente es el lugar desde el cual se
portan los significantes que nos gobiernan. Es decir, aquellas palabras que
cada uno ha escuchado, esas primeras palabras, esas palabras que no están
hechas a la medida de la realidad pero configuran un inconsciente. Y de eso se
trata pues el sujeto depende enteramente de la existencia de este Otro, hasta
que pueda cuestionarla, es decir sentir su inexistencia en carne propia.
Intercambios.
En
las preguntas y respuestas que cierran la charla de Vincennes del cinco de
enero 1977, Jaques-Alain Miller tendrá una intervención importante en tanto que
intenta reintroducir dentro del campo analítico el esquema clásico de la
clínica médica. Lo plantea con una serie de preguntas:
¿La clínica de la neurosis y la clínica de la
psicosis necesitan las mismas categorías, los mismos signos? ¿Una clínica de la
psicosis puede, según usted, comenzar por una proposición como: “el
significante representa el sujeto para otro significante”, con lo que resulta
del objeto a? ¿S, a, S1, S2, esos términos son apropiados para la clínica del
psicótico? (Lacan, 1977, p. 10)
La
primera pregunta da por supuesta la existencia de dos clínicas basadas en un
montaje nosográfico mínimo, binario. Lo da por sentado: hay dos al menos,
neurosis y psicosis. Miller se pregunta ¿Qué pretende decir Lacan? ¿Qué los
mismos términos valen tanto para una como para otra? ¿Qué no hay dos? sin este
binarismo mínimo ¿qué hay? ¿Un monismo?
En
su última pregunta Miller está nombrando las letras de los llamados “cuatro discursos”,
esas formalizaciones que Lacan plantea en su seminario “El reverso del
psicoanálisis” (Lacan, 1969-1970). Miller capta el mensaje que Lacan transmite:
ya no se trata de una clínica de las estructuras sino del psicoanálisis como “práctica
de discurso”.
Lacan
le responde que sí: “En la paranoia, el significante representa un sujeto para
otro significante” (p. 10).
La
respuesta de Lacan barre el binarismo.
Miller
sin quedarse satisfecho vuelve a preguntar “¿Y usted puede situar allí
“fading”, objeto a…?”(p. 10). Lacan responde que si, a lo que Miller dice que
eso debería ser demostrado y Lacan dice que en efecto tiene que ser mostrado,
pero que no lo hará esa noche.
Para
Lacan de lo que se tratará en el análisis como práctica es de situar las letras
y los lugares de los “cuatro discursos”. Estos se ordenan por cuatro lugares:
El agente, el otro, la verdad y la producción; y cuatro letras: S1 el significante amo, S2 el saber, a el plus de gozar y el S, sujeto dividido (Lacan, 1969-1970).
Volverá
Lacan el once de enero de 1977, en su seminario, a traer lo formulado en el
coloquio de Vincennes. Va a decir que en suma en esa charla hizo referencia al
saber, al saber inconsciente en tanto se trata de efectos de significantes. El
ser humano tiene que vérselas con ese saber y sale mal parado siempre. El
discurso del amo es por ende un discurso imposible,el discurso de la mentira,
del engaño, de la ignorancia respecto a las cosas que importan.¿Sabrán los
analistas que hay otras posibilidades discursivas?
Conclusión
Se puede afirmar de modo
fehaciente que hay una clínica psicoanalítica. Esta se sostiene, al igual que
la clínica médica, en la teoría de la lesión. Se hermanacon los meollos en los
cuales se encierra la psicología médica.
Allouch (2014) plantea:
La determinación del
registro en que se inscribe alguien que habla no puede ser establecida sino
sólo desde el punto de vista de su discurso.
Ese rasgo distingue el análisis de todos los enfoques psicologizantes. Al
expresar su rechazo a la psicología, Heidegger, Canguilhem, Foucault, Lacan y
muchos otros volvieron a abrir la puerta que estuvo cerrada desde el momento en
que la medicina psicológica pudo imponer ampliamente su tentativa “científica”
de dominación sobre la locura (…) en su decir y en sus actos un sujeto
atestigua la incidencia en él de una alteridad cuyo registro nada afirma que
sea médico- psicológico (p. 43)
Considerar que la
determinación del registro a partir del cual alguien habla solo puede darse a
partir de los elementos inmanentes a su discurso, pareciera generar en algunos
analistas una suerte de pánico. Temen que el psicoanálisis así planteado pierda
direccionalidad.
Fendrick (2005) responde:
De allí la tendencia a suponer que la estructura no tendría falla
en lugar de suponer que es necesariamente fallida (…) se olvida que la Ley
opera en la estructura pulsional como una suplencia, ni tan ordenada, ni tan
ordenadora, frente a la falta de significante para nombrar las diferencias
sexuales. Olvidarlo, obviarlo, desconocerlo, o minimizarlo, impide reconocer la
multiplicidad de las diferentes respuestas humanas y conduce a considerarlas
“desvíos” en la que inevitablemente incide o ha incidido el análisis del
analista. (p. 29)
¿Qué lugar darle entonces a
un análisis que no pase por la lógica médica? Quizás el análisis ya no necesite
el padrinazgo de una psiquiatría clásica. Hubo un tiempo en que los postulados
del DSM y los del psicoanálisis no se alejaban tanto, al menos en sus
nomenclaturas. Hubo un tiempo en que un Tratado
de Psiquiatría podía intentar juntarlos, mezclarlos. Pero tal vez hoy esa
lejanía se acentúa a un punto tan agudo que permite hacer de esa distancia un
corte. Lacan veía venir, no sin un dejo de temor y de horror, ese efecto de su
propia enseñanza. Testimonio de éste efecto es que los analistas que
actualmente comandan su legado provienen en menor grado de la psiquiatríay de
la psicología y con mayor frecuencia de la filosofía y las letras. Es entonces
que filosofía, ética y terapéutica toman una nueva tonalidad en el interior del
campo freudiano y son pensadas con una rigurosidad floreciente.
Esta rigurosidad nos conduce
a tomar distanciade la noción de “clínica” luego de haberla examinado. Pues
finalmente de lo que se trata es de saber, no de qué estamos enfermos, sino cómo
lidiar con el sufrimiento que implica nuestro lugar de hablantes, y que Lacan
escribió como goce del Otro.
La modificación de los modos mediante
los cuales se sufre y se goza pasan, en el análisis, por el reconocimiento de
la inexistencia del Otro. Las condiciones a partir de las cuales alguien
accederá a registrar en carne propia la inexistencia del Otro, ese más allá del
inconsciente al que antes hacíamos alusión, solo puede ser determinado a partir
de lo que “se diga” (palabra más eros). No puede ser codificado a partir de
términos extranjeros al territorio de la palabra y del goce.
Pues entonces, si de lo que se trata es
del reconocimiento de la inexistencia del Otro, ésta “talking cure” (tal fue el
nombre que le diera Ana O., acaso el más acertado hasta ahora) es en definitiva
un duelo, y no en el sentido freudiano del término, sino en sentido lacaniano:
hay que sentir en la piel que el Otro está muerto, bien muerto, y entonces el
duelo implicará también ceder algo, que algo se vaya con ese enorme ataúd.
Según la versión extendida del duelo para
Allouch, harto simplificada aquí, es necesario que el doliente, para realizar
efectivamente el duelo, pueda dejar que se pierda con el muerto, un trozo de sí
mismo. La muerte física de un cuerpo no
señala su muerte, solo su desaparición. La muerte segunda solo sobreviene cuando
se han borrado todos los restos que le subsistieron, cuando en la tumba se
borre el nombre, se cubra de polvo, se desgrane. Hipótesis de la segunda muerte que recorrerá algunos
libros de Allouch, y que parte de la idea lacaniana del entre-dos-muertes;
entre la primera y la segunda muerte lo que queda es un fantasma (un espectro).
El psicoanálisis es una práctica para el
duelo, pero es también una práctica que está de duelo, y como bien sabemos,
hasta que no se pierda algo no estará libre de presencias.
Referencias.
1. Allouch, J. (2014).
Schreber teólogo. La injerencia divina II.
Buenos aires. El cuenco de plata.
2.
Allouch, J. (1993). Letra por
letra. Traducir, transcribir, transliterar. Buenos aires: Edelp S.A.
3. Fendrick
(2005). Psicoanalistas de niños. La verdadera historia. Buenos Aires: Letra
Viva.
4. Foucault, M. (1963). El nacimiento de la
clínica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
5.
Foucault, M. (1982). La hermenéutica del sujeto. La plata Argentina: Altamira.
6. Freud, S. (1914). De la historia de una
neurosis infantil. En S. Freud, Obras completas. Amorrortu
Editores. Buenos Aires. 2004.
7. Lacan, J. (1977). Apertura de la sección clínica. Recuperado el 2 de junio de 2015,
de http://www.con-versiones.com.ar/nota0608.htm.
8. Lacan, J. (1976-1977). El fracaso del Un-desliz es el amor. Buenos Aires: Artefactos.
9. Lacan, J. (1969 -1970).Seminario XVII: El reverso del psicoanálisis.
Buenos aires: Paidós.
10. Lacan, J. (1957-1958). Seminario V: Las formaciones del
inconsciente. Buenos Aires: Paidós.
11. Le Gaufey, G. (2004). “¿Es el analista
un clínico?” en Revista Opacidades N° 3.
Buenos Aires: Cernedor.
12. Machado Romero, S. (2008). “Pre-juicios a la
hora de pensar la nueva psicopatología psiquiátrica” en Revista de la
Asociación española de neuropsiquiatría v.28 n.2. Madrid.
13. Mordoh, E. y otros.(2007). “Algunas precisiones sobre el proceso
diagnóstico en psicoanálisis” enAnuario de investigaciones. v.14. Buenos Aires: Uba.
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